LAGO, ÁRBOL, MONTAÑA
ERASE una vez un lago. Por encima del lago azul y del cielo azul se elevaba, verde y amarillo, un árbol de primavera. Al otro lado el cielo descansaba serenamente sobre la bóveda de las montañas.
Un caminante se hallaba sentado a los pies del árbol. Pétalos amarillos caían sobre sus hombros. Estaba cansado y había cerrado los ojos. Un sueño cayó del árbol amarillento y le envolvió.
El caminante se empequeñeció y se convirtió en un niño, que oía cantar a su madre en el jardín de detrás de la casa. Vio volar una mariposa, amarilla y delicada, de un amarillo alegre contra el azul del cielo. Corrió detrás de ella. Corrió por los prados, cruzó el arroyo , cruzó el lago. Entonces la mariposa voló alto sobre el agua clara, y el niño echó a volar detrás de ella, flotando alegre y ligero, volando feliz por el espacio azul. El sol brillaba sobre sus alas. Voló en pos de la amarilla y voló sobre el lago y sobre las altas montañas, y allí estaba Dios, cantando encima de una nube. Le rodeaban los ángeles, y uno de los ángeles se parecía a la madre del niño y sostenía una regadera inclinada sobre un macizo de tulipanes, para que pudieran beber. El niño voló hacia él, y se convirtió en otro ángel, y abrazó a su madre.
El caminante se frotó los ojos y volvió a cerrarlos. Arrancó un tulipán rojo y se lo puso a su madre en el pecho. Arrancó un tulipán y se lo puso en los cabellos. Angeles y mariposas volaban, y todas las aves y animales y peces del mundo estaban allí, y cualquiera de ellos a quien llamara por su nombre volaba hasta la mano del niño y le obedecía, se dejaba acariciar, se dejaba interrogar y se iba cuando le dejaban.
El caminante se despertó y pensó en los ángeles. Oyó el susurro de las finas hojas del árbol y oyó la vida sutil y silenciosa que recorría el árbol de abajo arriba en corrientes doradas. La montaña le contemplaba, y Dios se apoyaba en ella con su manto marrón y cantaba. Su canción se oía a través de la extensión transparente del lago. Era una canción sencilla, que se mezclaba y sonaba al unísono con las tenues corrientes de energía del árbol, y con las tenues corrientes de la sangre del corazón, y con las corrientes tenues y doradas que fluían del sueño y recorrían su cuerpo.
Entonces también él empezó a cantar, lenta y suavemente. Su canción carecía de arte, era como el aire y el vaivén de las olas, era sólo un murmullo y un zumbido de abejas. La canción contestaba al Dios que cantaba en la lejanía, a la corriente que cantaba en el árbol, a la canción que fluía en su sangre.
El caminante cantó durante mucho rato, como suena una campánula al viento de primavera y como una langosta hace música entre la hierba. Cantó durante una hora, o durante un año. Cantó de modo infantil y divino, cantó a la mariposa y a su madre, cantó al tulipán y al lago, cantó a su sangre y a la sangre del àrbol.
Cuando reanudó la marcha y se adentró corriendo, abstraído, en la cálida región, fue recordando poco a poco su camino, su meta y su propio nombre, y que hoy era martes, y que más allá pasaba el tren de Milán. En un lugar muy lejano todavía se oía un canto, en la otra orilla del lago. Allí estaba Dios con su manto marrón, todavía cantando, pero el caminante, poco a poco, dejó de percibir el tono.
EL CAMINANTE
prosas, poemas y acuarelas de Herman Hesse.
Estas prosas y poesías se cuentan entre las más hermosas del premio Nobel de literatura. Fueron escritas en 1918, tras un largo periodo de abstinencia literaria durante el cual Hesse se dedicó a asistir a los prisioneros de guerra, y documentan una de las fases más importantes de su evolución: el distanciamiento de los rituales de la existencia y la seguridad burguesas, el paso de la vida activa a la vida contemplativa. Son el preludio de las obras posteriores de Hesse: El último verano de Klingsor, Siddharta, En el balneario y El lobo estepario.
( dedicado a Carlocha )
Si un amigo se nos va,
el alma queda mermada,
al no tenerlo p’andar…
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¡ Carlocha, buen compañero,
quiero volverte a encontrar,
en el cruce de un camino
para poderte abrazar !
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Te marchaste de repente
sin podernos avisar…
¡ Cuanto vacío nos dejas
siendo joven tu amistad !
dejando huella en la tierra
por tu gran humanidad.
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¡ Muñonero, voy a ir a visitar
esas cimas segovianas
en las que echastes a andar !
porque tú nos invitaste…
¡ Así se dijo y se hará !
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La vida sigue p’alante
¡ Yo no te quiero olvidar !
Continúa en el camino,
hasta llegar al lugar,
donde las almas se juntan,
donde volvamos a hablar.
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Y en el ocaso del monte,
y en el nuevo amanecer,
oteando el horizonte…
¡ espero volverte a ver !